Un año en Ámsterdam.
Quiero hacer una reflexión pero
no sé qué escribir.
Tengo momentos buenos, pero
también malos. Y hoy es uno de esos días en los que no estoy bien. Creo que el
tiempo me condiciona mucho y hoy ha sido clave para mi estado de ánimo. Además,
malas noticias que no ayudan.
Intento pensar en cómo me sentía
hace justo un año, a sólo dos días de coger el avión para empezar mi carrera en
el extranjero. El último fin de semana antes de mi partida estuvo lleno de
fiestas, sorpresas y celebraciones. Encuentros y despedidas con amigos,
compañeros de trabajo y familiares que, en muchos casos, se emocionaban más que
yo.
Por mi parte, yo me sentía
pletórica, exultante, deseando que llegara el día y feliz por ser la
protagonista. Me marchaba con la seguridad de que podía volver sin problemas si
no me gustaba lo que encontraba, y eso me daba mucha fuerza.
Recuerdo a mi madre llorando en
el aeropuerto justo antes de dejarme ir y los últimos mensajes al móvil
deseándome suerte y recordándome cuánto me quieren los míos.
Siempre he destacado por ser una persona
fría. Me emociono muy poco y no soy de mostrar mis sentimientos. Casi nunca
lloro. Pero eso es lo que se ve desde fuera, yo sé que, en el fondo, soy como
todos. Y el bajón tendría que llegarme en algún momento. Estaba segura de que
cuando el avión despegase me invadiría el miedo y rompería a llorar sin
consuelo. Esperaba estar sola para desahogarme. Pero no fue así. De forma
inesperada dormí durante todo el viaje, plácidamente.
Ese primer lunes estuvo cargado
de eventos y para mí duró más de 24 horas. Mucho estrés y cosas nuevas que
invadían mi mente con miles de mensajes e ideas que, llegada la noche, no
fueron por buen camino. Y fue entonces cuando el bajón apareció. Rompí a y no
había manera de parar. De repente, todo me parecía difícil, tenía miedo y no me
gustaba lo que veía. Necesitaba dormir y descansar para apaciguar los millones
de sensaciones y sentimientos que me invadían y que se acentuaban por la falta
de sueño y cansancio de los días atrás.
Aquel bajón duró sólo una noche.
Al día siguiente, todo se veía de otro color. Desde ese momento no he vuelto a
sentir la sensación de querer o necesitar volver. Sí, echo de menos a mi
familia y amigos en muchos momentos y añoro las fiestas o reuniones de las que
me hacen participe a través de fotos y mensajes. Pero eso no supera a la rutina
y pasividad que me invadía antes de decidir marcharme y que tomo como
referencia para evaluar cada día si quiero o no volver a casa.
Ahora es tiempo de echar la vista
atrás, evaluar qué ha pasado y qué he conseguido, o no, en estos 365 días.
No cabe duda de que mi vida ha
cambiado completamente. A veces me siento como una pobre niña que acaba de
salir del pueblo para conocer mundo y va a la ciudad. Me he asombrado de muchas
cosas y he disfrutado tantas otras por primera vez… Que me cuesta incluso
recordarlas todas. Desde pasear por la ciudad en bicicleta, entre coches,
tranvías y peatones, sintiendo el aire fresco en la cara o aprender que la
lluvia no puede ser la protagonista de tu día, si no un complemento más; hasta experimentar
por primera vez la aventura de compartir piso; y conocer tanta gente nueva como
días tiene el año y que te sorprendan de mil maneras, no siempre buenas.
Celebro mi primer año de
independencia y de experiencias en Ámsterdam. De cervezas cada día, y risas y
gente nueva. De aprender a aprovechar cada rayo de Sol, porque aquí escasean. De
asumir que por mucho que llueva cada día, siempre habrá más. De sentirte feliz
viajando en bicicleta. Libre, ligero, sin horarios y por muy poco dinero. De
comprar en mercadillos de segunda mano donde nunca antes hubieras pensado que
irías. De valorar gestos y palabras en las que nunca antes te habías fijado. De
no diferenciar entre fines de semana y días de diario porque siempre hay planes
divertidos. De esperar visitas de familiares y amigos cada mes y que siempre
sean bienvenidos. De descubrir sitios nuevos y querer más y más cada día. Y,
también, de aprender a echar de menos y querer volver a casa algunos días para
rememorar como era antes tu rutina. Aprender a valorar cada cambio como
positivo y superar cada golpe o decepción entendiendo que los tuyos no están
cerca para apoyarte.
Repaso las fotos que resumen este
año y en cada una encuentro un recuerdo bueno. Tantas fiestas y reuniones que
me han hecho disfrutar y vivir la ciudad de una manera que no esperaba y
conocer lugares sorprendentes que nunca olvidaré. Algunos de ellos se quedarán
guardados para siempre formando parte de mi colección de sitios especiales a
los que siempre tendré pendiente volver.
Es sabido que Ámsterdam es una
pequeña gran ciudad llena de vida, con infinitas opciones de ocio y
entretenimiento que invitan a disfrutar al máximo cada día. Pero puedo decir
que es aún más sorprendente cuando te sientes parte de ella y consigues que
también un poquito de ésta esté dentro de ti.
No sé cuánto tiempo más seguiré
aquí. Mis planes de futuro todavía no están definidos. Y, aunque tengo claro
que algún día volveré a España, a casa, para quedarme; por ahora, creo que mi
tiempo en Ámsterdam se alargará por bastante tiempo más. Sólo espero que lo que
viene sea incluso mejor de lo que ya he disfrutado en este pasado año ;)