miércoles, 1 de abril de 2015

MI PRIMER AÑO



Un año en Ámsterdam.
Quiero hacer una reflexión pero no sé qué escribir.
Tengo momentos buenos, pero también malos. Y hoy es uno de esos días en los que no estoy bien. Creo que el tiempo me condiciona mucho y hoy ha sido clave para mi estado de ánimo. Además, malas noticias que no ayudan.
Intento pensar en cómo me sentía hace justo un año, a sólo dos días de coger el avión para empezar mi carrera en el extranjero. El último fin de semana antes de mi partida estuvo lleno de fiestas, sorpresas y celebraciones. Encuentros y despedidas con amigos, compañeros de trabajo y familiares que, en muchos casos, se emocionaban más que yo.
Por mi parte, yo me sentía pletórica, exultante, deseando que llegara el día y feliz por ser la protagonista. Me marchaba con la seguridad de que podía volver sin problemas si no me gustaba lo que encontraba, y eso me daba mucha fuerza.
Recuerdo a mi madre llorando en el aeropuerto justo antes de dejarme ir y los últimos mensajes al móvil deseándome suerte y recordándome cuánto me quieren los míos.

Siempre he destacado por ser una persona fría. Me emociono muy poco y no soy de mostrar mis sentimientos. Casi nunca lloro. Pero eso es lo que se ve desde fuera, yo sé que, en el fondo, soy como todos. Y el bajón tendría que llegarme en algún momento. Estaba segura de que cuando el avión despegase me invadiría el miedo y rompería a llorar sin consuelo. Esperaba estar sola para desahogarme. Pero no fue así. De forma inesperada dormí durante todo el viaje, plácidamente.

Ese primer lunes estuvo cargado de eventos y para mí duró más de 24 horas. Mucho estrés y cosas nuevas que invadían mi mente con miles de mensajes e ideas que, llegada la noche, no fueron por buen camino. Y fue entonces cuando el bajón apareció. Rompí a y no había manera de parar. De repente, todo me parecía difícil, tenía miedo y no me gustaba lo que veía. Necesitaba dormir y descansar para apaciguar los millones de sensaciones y sentimientos que me invadían y que se acentuaban por la falta de sueño y cansancio de los días atrás.

Aquel bajón duró sólo una noche. Al día siguiente, todo se veía de otro color. Desde ese momento no he vuelto a sentir la sensación de querer o necesitar volver. Sí, echo de menos a mi familia y amigos en muchos momentos y añoro las fiestas o reuniones de las que me hacen participe a través de fotos y mensajes. Pero eso no supera a la rutina y pasividad que me invadía antes de decidir marcharme y que tomo como referencia para evaluar cada día si quiero o no volver a casa.

Ahora es tiempo de echar la vista atrás, evaluar qué ha pasado y qué he conseguido, o no, en estos 365 días.
No cabe duda de que mi vida ha cambiado completamente. A veces me siento como una pobre niña que acaba de salir del pueblo para conocer mundo y va a la ciudad. Me he asombrado de muchas cosas y he disfrutado tantas otras por primera vez… Que me cuesta incluso recordarlas todas. Desde pasear por la ciudad en bicicleta, entre coches, tranvías y peatones, sintiendo el aire fresco en la cara o aprender que la lluvia no puede ser la protagonista de tu día, si no un complemento más; hasta experimentar por primera vez la aventura de compartir piso; y conocer tanta gente nueva como días tiene el año y que te sorprendan de mil maneras, no siempre buenas.
Celebro mi primer año de independencia y de experiencias en Ámsterdam. De cervezas cada día, y risas y gente nueva. De aprender a aprovechar cada rayo de Sol, porque aquí escasean. De asumir que por mucho que llueva cada día, siempre habrá más. De sentirte feliz viajando en bicicleta. Libre, ligero, sin horarios y por muy poco dinero. De comprar en mercadillos de segunda mano donde nunca antes hubieras pensado que irías. De valorar gestos y palabras en las que nunca antes te habías fijado. De no diferenciar entre fines de semana y días de diario porque siempre hay planes divertidos. De esperar visitas de familiares y amigos cada mes y que siempre sean bienvenidos. De descubrir sitios nuevos y querer más y más cada día. Y, también, de aprender a echar de menos y querer volver a casa algunos días para rememorar como era antes tu rutina. Aprender a valorar cada cambio como positivo y superar cada golpe o decepción entendiendo que los tuyos no están cerca para apoyarte.

Repaso las fotos que resumen este año y en cada una encuentro un recuerdo bueno. Tantas fiestas y reuniones que me han hecho disfrutar y vivir la ciudad de una manera que no esperaba y conocer lugares sorprendentes que nunca olvidaré. Algunos de ellos se quedarán guardados para siempre formando parte de mi colección de sitios especiales a los que siempre tendré pendiente volver.

Es sabido que Ámsterdam es una pequeña gran ciudad llena de vida, con infinitas opciones de ocio y entretenimiento que invitan a disfrutar al máximo cada día. Pero puedo decir que es aún más sorprendente cuando te sientes parte de ella y consigues que también un poquito de ésta esté dentro de ti.

No sé cuánto tiempo más seguiré aquí. Mis planes de futuro todavía no están definidos. Y, aunque tengo claro que algún día volveré a España, a casa, para quedarme; por ahora, creo que mi tiempo en Ámsterdam se alargará por bastante tiempo más. Sólo espero que lo que viene sea incluso mejor de lo que ya he disfrutado en este pasado año ;)