Hace un par de días que se acabaron las vacaciones. Mis días en España, disfrutando de la playa, el buen tiempo, el Sol, la buena comida, la familia. Dos semanas que me han hecho darme cuenta de cuánto hecho de menos mi país.
Tengo fama de fría, de mujer sin sentimientos, que no sufre por casi nada ni extraña a los suyos. Pero esta vez he de decir que mi coraza se ha caído. He de admitir que la vuelta a Holanda ha sido dura. La depresión postvacacional la estoy sufriendo de manera intensa. Y es que es muy difícil aceptar de nuevo la lluvia, las nubes y el aire frío cuando se supone que estamos en verano. Es complicado aceptar que las noches de calor ya no están, que el brillo del Sol no es el mismo que el de hace una semana y que la comida de mamá no está esperando en la mesa de casa cada día.
Tengo que ser fuerte e intentar no fijarme en las caras bronceadas y llenas de felicidad de mis amigos en Facebook. Olvidar que ellos todavía disfrutan del Sol y el agobiante calor de julio y agosto. Y pensar que ir en bici cada día con casi 40º a la espalda no sería lo mismo. Tengo que buscar algo positivo en estos días en los que el verano dura solo una hora. Y durante las 23 restantes de cada día volvemos al otoño anticipado.
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